Mi abuela Sarita

La historia de mi familia, -como la de muchas- es fascinante. Esta es la historia de mi abuela Sarita, tal y como yo la recuerdo.

Escribir sobre los personajes que han marcado mi vida es un acto psicomágico de sanación con mis ancestros.

Una de las mujeres que más ha marcado mi vida fue mi abuela Sarita, o como le llamábamos, Tita.

Tita era la matriarca de la familia Cordero. El árbol inquebrantable que nos sostenía a todes. 

Todavía recuerdo su olor cuando me abrazaba. Era una mujer alta y de piel de porcelana. 

Le tenía fobia al sol. Siempre tapaba las ventanas del carro con fundas negras para que no le penetraran los rayos del sol y usaba guantes negros en las manos.

Manejaba un Mercedes Benz viejo, que para mí era como una sala de estar. 

Mi pobre Tita era muy sufrida. Yo viví con ella una temporada y recuerdo llegar a la casa tarde en la noche y encontrarla siempre sentada en el sofá blanco que estaba en el segundo piso y que daba a las escaleras, recordando. 

Ella vivía de las memorias del pasado, y los fantasmas de su vida merodeaban por los espacios, recordándole todo lo que alguna vez había sido: Las fiestas elegantes, mi abuelo llegando del trabajo, las peleas entre mi papá y su hermano cuando eran adolescentes...tanta vida hubo en esa casa alguna vez y ahora era ella, solita, con su fiel Dora y su cruz, su hermana menor Florcita, a quien ella cuidaba hasta la fecha. 

Tenía una radio grabadora negra en su mesita de noche y le gustaba escuchar cassettes de Sabina y Franco de Vita cuando se sentía sola.

Mi abuela no dejaba que la vejez se hiciera visible en ella. Se teñía las canas, siempre se arreglaba y se maquillaba antes de salir. Se sentaba en su gran cómoda con espejo y se hacía un peinado estilo burbuja que hasta la fecha no entiendo cómo se lo hacía. 

Nunca nos dijo su edad, fue hasta que murió que supimos que tenía 85. Recuerdo que con un lapicero había tachado su fecha de nacimiento de su cédula de identidad.

Cuando éramos pequeños y nos fuimos a vivir a España, nos mandaba cartas todas las semanas contándonos historias de unos personajes inventados por ella llamados Los Guascuches. Eran animales con personalidad que venían por las noches y nos traían zapatos de azúcar.

Yo la recuerdo como una mujer con un gran corazón que daba todo para ayudar a los demás, y también una mujer nostálgica, preocupada, sufrida, llorona. Muy católica, iba a misa todos los domingos. Había adoptado algo de martirio católico en su manera de vivir. 

Era común llegar a su casa y encontrar a un mendigo en la puerta esperando una ollita de arroz y frijoles y un café negro.

Me acuerdo escucharla decir: Mijita es que yo soy raza de paquidermo. Y con eso se refería a que ella aguantaba y era fuerte, y le gustaba hacerlo todo ella y no depender de nadie. Cuando tenía como 80 años tuvo una operación en el ojo y se escapó del hospital para manejar de regreso a la casa. 

Nosotros éramos su adoración. Siempre se quejaba de no haber tenido hijas. Ella pensaba que al tener hijas se hubiera sentido más apoyada en su vejez.

Yo desde pequeña quería rescatarla de su angustia. Su casa era ténebre y le faltaba vida. La pared principal era oscura... encima de su cama tenía una imagen de la Maria Magdalena llorando. Era muy fuerte. Yo solo quería que ella fuera feliz y me las pasaba ingeniando formas de hacerla feliz... yo tenía esta idea de que si lograba llevarla a Tiendas La Gloria, la iba a convencer de comprar adornos más alegres para su casa.

También siempre la trataba de convencer de pasarse a otra casa más pequeña donde ella pudiera empezar de nuevo, ¡pero imposible!: ella estaba demasiado arraigada a sus fantasmas y literalmente me decía que no podía dejarlos.

Era muy politiquera y siempre nos suscribía a mí y a mi hermano de piquetes, (ayudantes) en las escuelas los días de las elecciones para ayudar a las personas a encontrar sus mesas de votación. Se iba por la calle sonando el claxon y sacando banderas de su partido político favorito el día de las elecciones.

Me decía que lo que más importaba a la hora de buscar una pareja y casarse era tener una persona con la cual una pudiera conversar de muchas cosas, porque cuando llega la vejez eso es importante, más que nunca antes.

Siempre estaba pendiente del obituario y me decía lo duro que era llegar a esa edad en la vida donde todas las personas que una conoce se empiezan a morir... y una nada más está esperando a ver cuál es el o la próxima.

Tita falleció cuando yo tenía 23 años. Su muerte fue demasiado repentina. Un día estaba como si nada y al día siguiente le dio un infarto. Mi papá me llamó por teléfono preocupado: ¡Algo le pasa a mamá, tenés que venir!. Inmediatamente fui y Tita estaba débil, igual podía caminar pero estaba muriendo poco a poco. Tuvo un infarto masivo. La llevamos al hospital y murió cuando llegamos.

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